Aquellas personas que hemos vivido el cambio de siglo siendo conscientes de todo lo que estaba por venir podemos sentirnos afortunados. Para bien o para mal estamos viviendo una fase decisiva en la historia de la Humanidad. Si bien hay quien afirma que es el primer momento en el que el ser humano está involucionando, en lugar de progresar, parece que la sociedad nos lleva por un camino cuanto menos interesante. Y todo tiene que ver con los desarrollos tecnológicos y las constantes revoluciones mediáticas que se están dando. En apenas cuatro décadas hemos pasado de tener ordenadores donde apenas cabía información a ser capaces de manejar inteligencias artificiales sumamente complejas. Los avances se están multiplicando, y eso genera siempre una sensación de vértigo, porque nos llevan a dar nuevos pasos al frente. Y caminar sin saber adónde se va puede ser muy peligroso, como ya habremos podido comprobar en otras muchas ocasiones.
El ser humano ha evolucionado a lo largo de miles de años, creando una sociedad y una cultura que hoy en día nos marca por completo. Pero en el fondo seguimos siendo animales, con instintos, con impulsos que también nos marcan mucho, aunque pensemos lo contrario. El deseo sexual, por ejemplo, es un mecanismo que está grabado a fuego en nuestros genes, al igual que en la inmensa mayoría de especies. La naturaleza nos pone aquí para reproducirnos, siendo esta una de nuestras funciones vitales, al menos a nivel biológico. Evidentemente, a estas alturas la sociedad y la cultura han canalizado todo este deseo sexual a través de ciertas normas y conceptos. Pero sigue estando ahí, como un ramalazo intenso cuando vemos a alguien que nos gusta, como un chispazo eléctrico cuando volvemos a sentir ese deseo. Es algo que nos nace de dentro y que muchas veces no podemos explicar, aunque aprendemos a controlar… hasta cierto punto. La atracción sexual es un mecanismo natural para asegurarnos la propia reproducción de nuestra especie.
El ser humano se rige por todo lo que ocurre dentro de su cerebro. Aunque a veces, cuando nos ponemos románticos, pensemos que el corazón tiene mucho que decir en nuestras decisiones, o incluso el estómago también nos “habla”, son solo sutiles alegorías. No somos, ni mucho menos, el único animal que posee un cerebro desarrollado. Sin embargo, el nuestro nos ha permitido escalar hasta convertirnos en la especie dominante, gracias a la sumisión de los instintos al raciocinio. Ese instante de pausa entre el estímulo y la respuesta, en el que podemos pararnos un momento a pensar qué es lo que más nos conviene hacer, cambió por completo nuestra evolución y la vida en el planeta. Quien más, quien menos, utiliza ese raciocinio en la mayor parte de las decisiones que toma. Pero hay momentos en los que eso queda al margen y, como se suele decir, nos dejamos llevar por la intuición, por las entrañas.
Woody Allen es, sin lugar a dudas, uno de los directores más importantes de los últimos cincuenta sesenta años. Para muchos, un genio capaz de crear un tipo de historia tan viva, ingeniosa y entretenida que casi se puede considerar un género en sí misma. Para otros, una persona deleznable, acusada de haber abusado sexualmente de sus hijos adoptivos, y que cuenta con la eterna losa de haberse casado precisamente con una de las hijas adoptivas que compartía en su matrimonio con Mia Farrow, una vez su amante y musa, desde hace unas décadas su mayor enemiga. Farrow y Alen cortaron su relación hace casi treinta años, pero las acusaciones de la primera sobre el segundo, con juicios tanto legales como televisados de por medio, han impedido que la carrera de Allen se desarrolle de manera “normal”.
A estas alturas podemos decir sin miedo a equivocarnos que lo sabemos prácticamente todo sobre nuestro cuerpo. Las investigaciones en los diversos campos de la anatomía y la medicina nos han permitido especializarnos en cada uno de nuestros órganos, conocer la función de cada parte de nuestro organismo, tal vez con la única salvedad del cerebro, que sigue siendo el más fascinante y especial de todos. Podríamos pensar que el ser humano siempre ha tenido todo ese conocimiento, y sin embargo, está bastante claro que los estudios que han llegado a dilucidar la función de nuestro organismo se provienen desde hace un siglo, o siglo y medio, si somos algo más abiertos. La ciencia ha tardado mucho en tomar el control, pero una vez que lo ha hecho, ha podido explicar prácticamente cualquier proceso que tiene lugar en el organismo.
El sistema actual ha generado el crecimiento de algunas empresas hasta un punto absolutamente inconcebible hace años. Hoy en día, muchas grandes corporaciones generación más que el PIB de algunos países, e incluso son capaces de tomar determinantes decisiones que nos afectan a todas, de una u otra forma. Empresas que parecen estar por encima de los gobiernos, corporaciones mastodónticas que se han extendido por todo el mundo y que están presentes en nuestros quehaceres diarios, porque se han colado en nuestras vidas casi sin darnos cuenta. Apple, Microsoft, Amazon… Muchas tienen que ver con la tecnología, por supuesto, ya que es el sector que más ha crecido en las últimas décadas. Y seguramente por encima del resto se encuentra Google, el gigante de Internet.
En 1986, el ya por entonces célebre Stephen King lanzó su nueva novela, una truculenta historia ubicada en Derry, pueblo ficticio del estado de Maine, donde normalmente tenían lugar sus relatos. Allí, cada veintisiete años, una tragedia tenía lugar, mezclada con la desaparición misteriosa de muchos niños pequeños. El libro se titulaba Eso, It en su original en inglés, y supuso una de las cumbres literarias del escritor estadounidense, llegando a ser considerada por muchos como una de sus mejores novelas, de las más oscuras pero también de las más esperanzadoras. Y es que en It era el poder del amor y la amistad lo único que lograba vencer al monstruo.
Una de las preguntas que la Humanidad se ha hecho desde hace tiempo es adónde vamos cuando la vida se acaba. Este misterio es uno de los más grandes a los que hemos tenido que enfrentarnos y aunque hay muchísimos científicos que se han empleado a fondo por desvelarlo en los últimos tiempos, la respuesta sigue siendo ambigua.
Parece que desde un punto de vista biológico, la muerte es el final de toda vida para nosotros, pero ¿qué ocurre con nuestra alma, con nuestro espíritu, en el caso de que exista algo así? Se ha teorizado muchísimo sobre lo que hay más allá de la muerte, tanto por científicos como por filósofos, gente religiosa y mística. En muchas religiones hay una especie de vida después de la vida, en un lugar apacible o en otro muy poco agradable, como serían el cielo y el infierno cristianos.
Esos lugares han servido también como recompensa para quien se haya portado bien o mal durante la vida, una manera de conseguir que la gente siguiera esos dogmas. Sin embargo, los que más cerca han estado de explicar qué hay más allá de la muerte son los que han sufrido experiencias cercanas a la muerte, llamadas ECM.
Todos hemos pasado horas en Youtube desde su nacimiento hace ya casi quince años, y es que el sitio se ha convertido en uno de los más populares de la red por ser una idea tan sencilla pero a la vez tan efectiva, que ha conseguido aglutinar a millones de creadores de todo el mundo.
En sus inicios, Youtube era una plataforma bastante más modesta, creada por tres jóvenes desarrolladores que buscaban compartir los videos de sus fiestas. Sin embargo, ahora es un gigante que mueve millones y que forma parte del inmenso conglomerado de empresas de la todopoderosa Google. De hecho, la gran empresa de Mountain View vió claro el negocio que había en aquella plataforma y por eso apostó por ella nada más aparecer, cuando apenas tenía un año y solo había unos pocos de miles de videos subidos.
Desde entonces Youtube ha crecido muchísimo, pero no está de más recordar cómo nació en aquel momento, como una simple plataforma donde ver vídeos personales. Podría haber sido algo muy diferente, eso sí, pero al final Jawed Karim, Steven Chen y Chud Hurley, sus creadores, consiguieron darle el toque perfecto para llamar la atención del público y convertirla en el sitio de moda que es hoy.
Uno de los grandes miedos globales de la Humanidad ha sido siempre el Apocalipsis, el fin del mundo tal y como lo conocemos, que en la mayoría de culturas se relaciona con un desastre a nivel mundial de dimensiones catastróficas, acabando con la vida en el planeta.
Hay cientos de obras dedicadas a este tipo de suceso y son muchos los que siguen teorizando sobre lo cerca que estamos de llegar a ese punto, por los problemas que hay actualmente en el mundo, no solo en cuanto a propios conflictos entre seres humanos, sino también al cambio climático y a otro tipo de amenazas que no podemos controlar.
De hecho, hay una forma muy curiosa de medir lo que nos falta para llegar a ese fin del mundo. Se trata del conocido como Doomsday Clock o Reloj del Apocalipsis, creado en 1847 por científicos pertenecientes al mítico proyecto Manhattan, que buscaban una manera alegórica de mostrar lo cerca que la humanidad estaba de su final, reflejándolo en un reloj que estaba a punto de marcar la medianoche.